Cuentan que, allá por el siglo X, Sancho I de León tuvo que dejar el trono por una obesidad tal que le impedía montar a caballo o blandir la espada, lo que significaba, en aquellos tiempos de reyes guerreros, un auténtico problema. Fernán González y sus tropas hicieron que el rey abdicara, pero Sancho I no iba a dejar que sus kilos demás le apartaran del trono.
Debido a la reputación de los médicos árabes, Sancho I acudió a Córdoba a ser tratado por el médico personal del califa Abderramán III, que le impuso una drástica dieta que le llevó incluso a ¡coserle la boca al rey! y a obligarle a ingerir solamente líquidos por una pajita durante ¡cuarenta días!. La dieta dio resultado, como no podía ser de otra forma, y, ayudado por el califa, Sancho I recuperó el trono de León.
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