Ay Fernando, querido, esta tarde estaba haciendo un comentario de texto de uno de tus despropósitos, el Decreto de Valencia de 1814, y, con esto de las navidades, me han entrado ganas de escribirte unas palabras allí donde estés.
Fernando, has tenido el don de poner a todos tus contemporáneos de acuerdo y, aunque ahora las críticas se han suavizado, es difícil que todo el mundo coincida en una cosa, y más hablando de historia: que fuiste malo, malo y malo hasta decir basta.
Nacido de Maria Luisa de Parma, llevaste a los Borbones a la cima del desgobierno. Desde pequeño se te veía con mala sangre y, sobre todo, cruel y malvado como ninguno. Creo que eras más listo que tu padre, un pobre cornudo cazador que nunca te llego a la suela de los zapatos.
Ya de joven se la quisiste jugar a tu padre en El Escorial, pero pecaste de precipitación y de no rodearte de quien deberías. Te vino bien, ciertamente, ya que empezaste a desarrollar ese sentimiento de pena que, según parece, le provocabas a la gente cuando ponías cara de niño bueno. Tu padre que era un buenazo te perdonó, lástima que no te acordases de él en su final y no le dejases morir en paz en su país.
Supiste hacer de los males de España oportunidades para tu propio beneficio y, encima, te llevaste el gato al agua. Qué bien estabas en Francia, bribón Borbón, en esas “cárceles” en forma de palacios donde tu familia estaba “cautiva”. Qué penita distes a los españoles, matando gabachos y muriendo en tu nombre mientras tú te pegabas la vida padre tras los Pirineos, con esa pensión que cobrabas por ceder el trono. Pobre príncipe de las Españas, encarcelado por el cruel Napoleón, un buenazo al lado de ti. Allí tuviste mucho tiempo para planear tu vuelta como “El Deseado”.
Nunca fue una virtud tuya el agradecimiento, así se las gastaba “El Deseado”. Te limpiaste tus posaderas con la Constitución del 12, aquella cosa que nos hubiera puesto a la vanguardia de Europa pero, qué mala suerte, que te quitaba algo de poder. No te conformaste con defraudar a los que te querían, sino que los llevaste al paredón, como “agradecimiento” a los servicios prestados, estos sí, a tu “querida” España. Ese fue tu error, porque en la vida donde las dan, las toman, aunque tú tuviste suerte, mucha suerte, con ese Riego. Otra vez pusiste la cara de niño bueno y coló. Qué buena tenía que ser la cara, porque esta vez convenciste hasta a los que fusilabas. Fernando, el chaquetero más grande jamás nacido al sur de los Pirineos, firmaste esa Constitución que tiraste al retrete seis años atrás, convenciendo a todos que tú eras el primero que caminaba por la senda constitucional. Cómo sabias, malvado, que el camino tenía un atajo por el que nos iban a invadir otra vez los franceses. Vaya, esos impresentables franceses que te tuvieron cautivo años atrás, ahora venían en nombre de San Luis al salvar tus posaderas. A nadie le sorprendió, a estas alturas, que vendieras tu alma al diablo.
Fernando, el peor de los fernados, el peor de los reyes; nos tenías reservado un final de traca, acorde con tu figura. Hasta la muerte dando la brasa, Fernando. No te bastó con arruinar España a tu costa, perder América y limpiar el país de aquéllos que creían en el progreso, no, querías vivir después de muerto. Así, entre Pragmáticas Sanciones y Leyes Sálicas, le dejaste el marrón a tu mujer, a tu hija y hasta a tu nieto. Tres guerras civiles como tres soles, y España a la cola de Europa. Ese fue tu logro, Fernando.
Querido Borbón, aquí me despido de ti y de tu figura. Dicen por aquí que bicho malo nunca muere. Menos mal que contigo no se cumplió. Fernando, allá donde estés, quédate.
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